5 jun 2014

El sentido de lo mínimo



“Grande es lo breve”

(J. R. Jiménez)





En nuestra cultura de “el tamaño sí importa”, lo que es pequeño regularmente no es valorado. La proporción del valor disminuye con el tamaño hasta llegar a lo mínimo, que puede situarse en el límite inferior de la escala de valores, rozando ya con lo despectivo. Pero esto no es así para todo el mundo. El filósofo alemán Heinrich Rombach ha llamado la atención sobre “la ley de las minimalidades”, según la cual son precisamente los cambios minúsculos los que pueden producir las mayores diferencias. Una mínima chispa puede provocar un incendio, una mínima fracción de tiempo y el estallido colosal del universo comienza, una mínima fracción del tiempo que dura el cruce de dos miradas y comienza el incencio colosal del amor.

La ley de las minimalidades comienza a develar su sentido cuando dejamos de percibir el mundo como un gigantesco mecanismo en el que todo está bien mientras cada parte cumpla con su función correspondiente. Cuando se dice, por ejemplo, que un equipo de fútbol funciona “como un reloj” se adhiere a esta visión del mundo como un sistema. Y lo mismo sucede cuando se dice que una pareja o una empresa funcionan bien. Pero también sabemos lo que sucede cuando alguien que es querido deja la empresa, el equipo o la pareja. Se pueden buscar reemplazos para que el sistema siga operando, pero ya no es lo mismo.  Los cambios dentro del sistema se producen reemplazando las partes o redefiniendo las funciones. Pero también pueden producirse grandes reestructuraciones con modificaciones mínimas. Como dice Rombach: “Las minimalidades bastan para hacer que un bloque de significaciones antiguo se reestructure renovado y surja de allí un mundo distinto.” En los sistemas se puede cambiar todo sin que cambie nada –o para que no cambie nada- pero en las estructuras un mínimo detalle lo cambia todo.

El ejemplo del cajero automático puede ilustrar bien esta relación entre lo mecánico y la devaluación de las minimalidades: nadie espera que el cajero automático se maneje con cifras mínimas. Es en las relaciones interpersonales que el modo como se maneje la minimalidad tiene sentido. El redondeo de un vuelto –de parte de un cajero humano, de parte de un cliente- da lugar a una serie de delicadezas o de torpezas que pueden dejarnos una sensación de regocijo o de molestia que no guarda relación con el monto omitido pero sí con el sentido que tienen para nosotros las relaciones interpersonales. Cuando Paul Ekman intuyó que en la gestualidad humana lo verdaderamente significativo se filtra en microexpresiones que resultan imperceptibles a simple vista no sólo estaba ampliando el campo de investigación de la antropología o de la  psicología empírica: estaba descubriendo otra faceta de la  ley de las minimalidades de las que habla Rombach.

Desde el punto de vista de un sistema puede considerarse al lenguaje, por ejemplo, atendiendo a  las funciones gramaticales de sus partes. Pero es un pequeño cambio en la inflexión del tono de la voz, una variación mínima de la entonación, lo que nos transmite el sentido más profundo de lo dicho. Al despedirse de su hermano, a quien no volverá a ver porque sabe que va a morir pronto, y después de haber discutido con aspereza, uno de los personajes de Ana Karenina cambia el registro de su discurso, y lo hace para pedir perdón. Tolstoy no relata la escena simplemente repitiendo lo que dijo, sino que inserta: “Y su voz temblaba”.  Y la minimalidad del temblor resulta más significativa que el contenido de las palabras.   A veces microfracciones de silencio entre las palabras –inasibles para un análisis gramatical- cambian el sentido completo de una frase. La ley de las minimalidades también vale para el lenguaje escrito. Mientras el sistema educativo nos induce a creer que leer en grandes cantidades es signo de una culturalización adecuada, la ley de las  minimalidades nos advierte, con el poeta, que no se trata de terminar de leer lo que ya se ha empezado, sino de llegar al momento de plenitud en que ya no se sienta que es necesario seguir leyendo: “Bueno es dejar un libro grande a medio leer, sobre algún banco, [...] y hay que darle una lección al que lo quiere terminar, al que pretende que lo terminemos.”  

Pepe Smart.

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